
Hace mucho tiempo, en esos famosos tiempos irrecordables, un chanchito bien rosado y regordete se paseaba por una granja, su granjita. Aquel porcino, alegre y bueno para el barro, corría tras cualquier resto de comida sobrante de su dueño.
Con un oing-oing muy simpático, Moritos, nombre del cerdito en cuestión, recorría el campo en busca de comida y de algún chanchito que quisiera jugar con él. Pero esto no significaba que Moritos no tuviera amigos, porque éste tenía su genio y no le rogaba a nadie.
Con un oing-oing muy simpático, Moritos, nombre del cerdito en cuestión, recorría el campo en busca de comida y de algún chanchito que quisiera jugar con él. Pero esto no significaba que Moritos no tuviera amigos, porque éste tenía su genio y no le rogaba a nadie.
Resulta que un día, este rosado amigo, decidió conocer el mundo que tanto había imaginado.
Y para eso habló con su querida noviecita Ani, una cerdita muy linda y espectacular, a quien Moritos acudía cuando las cosas se ponían difíciles.
Cuando llegó junto a ella, Moritos le confidenció que deseaba viajar por el planeta. Y aunque la cerdita entristeció, porque temía escaparse y esto significaba que no lo acompañaría, lo abrazó con sus regordetas patas y le dijo que lo ayudaría.
Al tiempo, Moritos tenia unas enormes alas construidas de las plumas que las gallinas dejaban caer. Entonces, ya estaba listo para sobrevolar la granja y cuanto lugar se le ocurriera.
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